Pareciera que el símbolo de éste, nuestro tiempo, es la crisis. Crisis familiares: distanciamientos, rupturas y divorcios, crisis políticas: gobiernos que tambalean y otros que desean perpetuarse, políticos presos algunos y presos políticos otros y la mayoría desprestigiados. Crisis sociales: donde cada vez hay menos gente que tiene más y más gente que tiene menos. Crisis ambiental: donde la extinción de las especies, la deforestación y el cambio del patrón climático ocurre por primera vez en el planeta como resultado de la «gestión humana», de lo que entendemos como nuestro modelo de desarrollo.
Nos clasificamos y acercamos por lo que tenemos pero nos separamos por lo que pensamos. Nos defendemos de nuestros pares y en muchos casos para ello, atacamos a nuestros semejantes. Hemos puesto la ciencia al servicio de la vida, pero también al servicio de la acumulación de poder y el control a través de miedos y temores.
Vivimos en un planeta maravilloso y vibrante, pero vamos poco a poco consumiendo sus recursos y contaminando sus ecosistemas. Buscamos vida fuera del planeta, mientras acabamos con la vida en este que habitamos.
Hemos entendido la política como el camino para llegar al poder, no como la avenida para contribuir con otros. La religión como instrumento de control (inconscientemente en algunos casos), y no como el proceso para que fluyamos según los designios de nuestra alma.
Es tan complejo el entorno y tan incompletas las iniciativas, que el sistema crece en disfuncionalidad de forma exponencial. El conocimiento del pasado, las experiencias aprendidas, son ya más un pasivo que un activo para el desarrollo social. Ya no se trata de adecuarnos a lo que hay, sino que debemos transformar lo que hoy tenemos.
Ya no necesitamos con la urgencia de antes profesionales que vengan a crear valor, sino arquitectos para la transformación social. Es hora de abandonar el amor al poder para dar la bienvenida al poder del amor. Para ello, debemos integrar la consciencia en las esferas de nuestra vida individual y colectiva. Debemos poner la ciencia al servicio de la vida y ya no solo al servicio de la acumulación de dinero.
Somos afortunados, vivimos un cambio del sistema de valores, nuevos paradigmas comienzan a emerger acerca de la naturaleza del ser humano, de lo que entendemos como modelo de relaciones y como modelo de desarrollo. Debemos abandonar las creencias limitantes (basadas en temores) , los paradigmas heredados y dar forma a una visión más profunda y trascendente de lo que significa SER HUMANO.
No somos entonces actores de un momento social de cambios acelerados, somos protagonistas, consciente o inconscientemente, de lo que ya configura un cambio de época: el nacimiento de un nuevo modelo que emerge de la comprensión más profunda de lo que significa ser humano, de desprendernos de los condicionamientos de la mente, por el lado de la ciencia y de las creencias, para que pueda emerger la conexión con el ser y nuestra alma pueda vivir su propósito en este mundo.
De los caldos de cultivo más exigentes, emergen los más poderosos anticuerpos. Estas crisis contribuyen sin duda al despertar personal. Son los catalizadores del advenimiento de una nueva era.
Toca a los mayores concientizar pero corresponde a los jóvenes actuar. El futuro cercano poco tendrá que ver con el pasado conocido. Transitamos los años propios de un cambio de época, de ahí la creciente disfuncionalidad en casi todos los órdenes de la vida que evidencian las crisis. Estamos en el final del invierno del egocentrismo, corresponde el advenimiento de la primavera del humanismo. (Ese si, el último de los «ismos»)
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