Toda organización tiene una figura legal. Sean empresas con o sin fines de lucro, instituciones de gobierno o fundaciones, entidades deportivas o partidos políticos. Toda organización que exista para un propósito dado, sea educar, hacer dinero, entretener, regular o aportar, está compuesta por personas, y también por políticas, procesos, sistemas y estructuras a lo interno y un marco legal, externo, que las regula.
Hay una creciente invitación a acercarnos a la comprensión de las empresas como sistemas vivos.
Este diseño emerge desde unos modelos mentales heredados, donde la burocracia y jerarquía eran la norma, la obediencia lo deseado y el cuestionamiento y participación poco valorado.
La creciente complejidad para hacer viables a las instituciones o para alcanzar sus objetivos, ha venido cuestionando esta «arquitectura’ lo que ha llevado a enfoques que hablan de, entre muchas otras, empoderamiento, participación, creatividad, innovación, pero estos llamados se hacen sin adecuar la estructura formal prevaleciente a lo interno y externo. Se generan entonces los desarreglos y toxicidad propia de querer alcanzar algo que choca en filosofía con la raíz del diseño de la estructura de funcionamiento.
En cuanto a las personas, la situación está aún en mayor oscuridad. De recurso, hemos pasado a llamarlos talento o capital, pero en el fondo, la vision prevaleciente y el modelo de relaciones y la parte formal interna (políticas, procesos, sistemas estructura) no ha variado, por lo que la semántica ha venido en conflicto con la realidad de las personas que se siguen sintiendo en la mayoría de los casos como recursos a ser utilizados y eventualmente desechados.
La invitación es a lograr la congruencia en el sistema y salir de la creciente disfuncionalidad a la que nos lleva un entorno mas exigente y complejo, lo que pasa por la necesidad de un cambio de paradigmas sobre la concepción de las personas (humanos) y de la visión que tenemos acerca de la naturaleza de las «personas jurídicas», su razón de ser, objetivos y naturaleza de las relaciones.
Ni recursos (los mismos se usan y agotan), ni talento (somos mucho más que conocimiento), ni capital, ni activos (que se deprecian), salvo claro que viéramos a las personas como obras de arte, uno de los dos activos que en la contabilidad no se deprecian.
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