Marcan esas etapas donde se busca dar la bienvenida a lo nuevo, con el desplazamiento de lo anterior. Las transiciones, que por su propia definición serian eventos distantes en el tiempo, ocurren cada vez con más frecuencia.
Pueden ser esperadas o imprevistas, deseadas o inevitables. Una característica que suele distinguir toda transición es su dificultad para mantener el control sobre lo establecido y lograr fluir sin turbulencia.
Como sociedades, cuyo tiempo de evolución se mide en un espacio temporal más largo que el personal, vivimos desde hace cuatro décadas una aceleración sin precedentes en el desarrollo tecnológico que ha desajustado el modelo de vida, relaciones y creación de riqueza conocidos.
Como individuos, el nuevo milenio sea tal vez la referencia visible de esta transición ya no solo de lo que hacemos, sino también ahora de quienes somos. Acostumbrados a vivir en la certidumbre y actuar con desconfianza, al reto es adecuarnos a la incertidumbre y a actuar con confíanza. Todo un cambio. No es pequeño el reto, significa abandonar un sistema de valores, unos modelos mentales que ya flaco servicio le hacen a la vida y nuestras relaciones.
En todo proceso de transición hay desajustes, que llevan a dificultades e incluso en algunos casos a crisis. Lo importante es tener la perspectiva necesaria para no sucumbir ante el peso emocional de la comodidad que ofrecía el sistema conocido y tomar el reto como lo que realmente es y representa: la inevitable situación sobrevenida de la cual todos debemos crecer y transformarnos. Es parte de la evolución, es una parte del proceso de vivir que ocurre cada vez con mayor frecuencia.
Nuestra sociedades todas muestran síntomas de inviabilidad del modelo actual, se percibe que estamos en una transición sin precedentes. El paso previo para lograr el cambio social, amerita del exitoso proceso personal de dar un salto cuántico en nuestra vida: abandonar lo que creemos que somos para evolucionar a todo lo que podemos ser.
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