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Amanecer

Cada despertar nos ofrece la oportunidad de volver a nacer. De entender nuestra vida como un lienzo en blanco, sobre el cual plasmar lo que conscientemente decidamos hacer de y con nuestra vida.

EL peso de los condicionamientos, la costumbre de mantenernos en lo conocido, las presiones del entorno, las demandas de imponen las relaciones, los llamados del modelo en el que vivimos: triunfar, mejorar, conquistar, destacar, todos estos condicionamientos van haciendo que el nuevo día se parezca al anterior.

A esto sumamos la necesidad de generar los ingresos que cubran los «costos» de vivir y va quedando claro como la energía para la transformación se va consumiendo en las actividades necesarias para sobrevivir en el sistema. Este proceso es lo que llamamos vivir una profesión: dar lo mejor de lo que sabemos para generar los ingresos que cubran nuestras necesidades básicas.

Pareciera que cada vez hay más personas buscando opciones para alcanzar la «velocidad de escape» del sistema que nos controla. Un camino en esa dirección consiste en alinear lo que hacemos con lo que somos. Normalmente lo que somos, nuestro ser, se pliega a las actividades que debemos hacer para cubrir todas las presiones y demandas del entorno. Actividades que difícilmente nos acercarán a la plenitud. Nos permitirán tal vez obtener lo necesario para sobrevivir, pero difícilmente contribuirán a ofrecer la oportunidad para que nuestro «don» se manifieste. Y es esta una carencia del modelo de desarrollo en el cual operamos, nos permite obtener lo que necesitamos para sobrevivir pero nos aleja, por el egoísmo como base de todo proceso, de conectarnos con nosotros y con la vida. Nos aleja de la existencia y nos conecta con la sobrevivencia.

Hace falta el fenómeno inverso, que nuestro cuerpo esté donde está nuestro ser y no sólo la razón (mente condicionada). Que amemos lo que hacemos o que hagamos lo que amamos. Cuando esto ocurre se vive una misión. Es el proceso donde comenzamos a dar lo mejor de lo que somos y no sólo lo que sabemos.

Alinear profesión y misión, lo que hacemos (por los saberes) con lo que somos, nos acerca a la tranquilidad y paz interior, bordes del camino que se llama plenitud. Cuando esto ocurre, la energía interior se destapa y la alegría, el optimismo y la confianza fluyen por todo nuestro organismo.

Hace falta mucho coraje individual, mucha fuerza interna para tomar la decisión unilateral de comenzar el nuevo camino. Se necesita que nuestro mundo interior sea más fuerte que las presiones del mundo exterior.

Hoy las instituciones, cuya arquitectura misma las hace disfuncionales, dificultan la ruta del regreso a la paz interior y por el contrario contribuyen a generar presiones sobre el ser que nos mantienen o colocan en modo de sobrevivencia. En gran medida por esta razón, observamos de manera creciente crisis en todos los órdenes de la vida en sociedad. Desde la depresión y estrés a nivel individual, hasta los conflictos sociales por desigualdades, abusos y la continua y creciente contaminación de las fuentes que soportan y nutren la vida.

Por esta razón también, para la plenitud del individuo en cualquier organización, la misma debe repensarse desde su naturaleza y «genética», al igual que debe ser revisada la comprensión comúnmente aceptada del concepto de liderazgo.

Cada amanecer nos acerca al despertar de la consciencia, al final, el único despertar que nos puede ofrecer la oportunidad de encontrarnos con el verdadero ser.

Para el cambio de orden del sistema, todas las instituciones creadas, familia, empresas, comunidades, naciones, deben rediseñarse desde nuevos paradigmas, que incluyan y trasciendan el interés propio (ego-centrismo), para expandirse a abrazar el concepto de humanidad, que ofrezca respuesta a las necesidades del «yo» en pleno respeto y apoyo al «nosotros» y la existencia toda.

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