El mundo moderno confronta un problema global. Una situación que amenaza la salud y la vida de más de 7 mil millones de personas.
Mis primeras sensaciones son de tristeza y desasosiego por lo lejos que estamos de tener una respuesta sensata, profesional, colegiada o global, efectiva, pertinente y oportuna.
Estamos fragmentados por países, cada uno con sus ideologías e intereses. Grupos de poder, unos preocupados por capitalizar los beneficios de la situación sobrevenida y otros por defenderse de las claras responsabilidades que tienen.
Países como España, con la ideología comunista presente en el alto gobierno, buscando controlar las iniciativas privadas y en franca campaña política a favor de todo lo público.
Unos países restringen todo flujo migratorio y disminuyen a actividades esenciales, decretando estados de alarma y restringiendo circulación. Otros siguen ajenos a la gravedad del asunto, incluso con manifestaciones en contra de las naturales limitaciones que deben decretarse, y otras como en Nicaragua, válgame Dios, llaman a concentrarse y manifestar en contra de la enfermedad.
La economía, es global, está interrelacionada y somos todos interdependientes. Sin embargo, toda institución de gobierno está fragmentada y los organismos multilaterales politizados. Una sociedad civil dogmatizada y divida entre derecha e izquierda, capitalismo y socialismo, ricos y pobres. Un debate que se basa en el pasado y en emociones y se aleja de la racionalidad y las posibilidades futuras en función de la gran e impostergable necesidad de cambios fundamentales en el presente.
Conflictos, descalificaciones, burlas, criticas, en medio de esta crisis que amenaza la vida de millones, que dibujan el lado oscuro de un sistema de liderazgo que privilegia el amor al poder en el momento donde el mejor de los antídotos es el poder del amor.
Por otro lado, personas anónimas, lejos de centros de poder y decisiones, en la calle, principalmente en los centros de atención de salud, supermercados, vigilancia, seguridad y transporte, que dan lo mejor de ellas, trabajan incansablemente para dar apoyo, servir, curar, cuidar, atender y acompañar. Héroes del día a día, que representan lo mejor de la gente, que nada tiene que ver con el liderazgo político, que la crisis desnuda y nos deja ver en su mayoría presos de sus intereses particulares.
Las crisis son los catalizadores de la evolución. En este caso, esta lamentable crisis global nos ofrece la oportunidad de marcar un antes y un después. Hemos hablado de nuevas eras, la última la digital. Pero va quedando en evidencia, que más que una nueva era, necesitamos una nueva concepción del mundo y de la vida, de replantearnos el modelo de desarrollo y para ello, la ciencia es una apoyo, pero la consciencia es la guía. No habrá, en algún momento en el tiempo, un mundo habitable en los niveles actuales de consciencia.
Hace falta un nuevo mundo. Uno que pueda aventurarse a dar la bienvenida a la consciencia individual y colectiva como mapa para la evolución, sin el pesado fardo de los dogmas del siglo XX que no sólo son ya abiertamente disfuncionales, sino que amenazan la vida en el planeta, acercándonos a nosotros a ser el principal y más peligroso virus que amenaza nuestra propia existencia.
Ahora que forzosamente la vida nos ha hecho una pausa en el devenir, es el momento de pensar si el futuro que visualizamos es el que hoy vemos con el modelo de desarrollo que tenemos, si el liderazgo actual en lo político, económico, religioso y académico es el adecuado para el cambio de rumbo y si las estructuras sociales que hoy tenemos soportan un salto cuántico en nuestra evolución como especie.
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